October 14, 2008

HUMILLADOS Y OFENDIDOS

HUMILLADOS Y OFENDIDOS

Me dispuse a ver el film que regalamos a los parlamentarios de la
Unión Europea para que conozcan de viva fuente lo sucedido en la
patria. Mi disposición de ánimo era de reflexiva investigación,
más bien de curiosidad.

El reconocido artista César Brie filmó los vergonzosos episodios
en la capital del racismo. Por poco le ganó el otro departamento al
norte de Bolivia, la cuna de Bruno Raccua.

¡Hay que matarlos! Gritan con furia delictiva las bocas espumosas de
saliva de los torturadores mientras los llevan a empujones con amenazas
al patíbulo. ¡Mátenlos! ¡Maten a estos indios de m.-…!
Aúllan mientras aplauden los espectadores en las aceras. Se escucha:
¡Que besen la bandera…de la logia Templaria! ¡Que besen el
suelo! ¡Porque la capital está de pie, nunca de rodillas! ¡Se
respeta car..!

Mientras avanzaba el film me propuse guardar la compostura emocional,
mas la vibración interior, la agitación angustiante fue creciendo
hasta llegar al clímax del dolor espiritual y el llanto. La
expresión del sufrimiento físico en los rostros toscos de
indígenas bolivianos chuquisaqueños, varones y mujeres,
víctimas del racismo, fue tremendamente patética. El artista que
filmó la delincuencia colectiva debió haber sufrido mucho para no
reaccionar ante el espectáculo ni contagiarse de la intencionalidad
demoníaca de los agresores.

Las imágenes brutales y los testimonios sobrecogedores nos retrotraen
al medioevo de Torquemada, a la iglesia inquisitorial, al espasmo de
Nuremberg, a Treblinka o Auschwitz, a Bagdad destruido y bombardeado, a
la tragedia total de Nagasaki e Hiroshima; y en nuestro patria, a la
guerra del Chaco con los cercos, sed y muerte, a la pequeña capilla
destrozada por morteros con feligreses quemados a los pies del Cristo de
Tarairí, al holocausto en La Paz de julio del 46 en la Plaza Murillo
y faroles colgadores de despojos desnudados, a los campos de Catavi
donde cayó María Barzola ametrallada y envuelta en su bandera, la
mía, la nuestra.

En la capital de la vergüenza, en sus calles y en la plaza principal,
vecino a los predios de la antigua universidad, luego cuna de la patria,
había sangre, había herida y dolor profundos. Fueron golpes de
puño, arremetidas de piedra, sobre los cuerpos sufrientes, palos y
bates cayeron sobre ellos contundiendo, cortando epidermis, abriendo
frágiles vasos.

La sangre extravasada corrió libre por la frente, por los ojos, por
el rostro, por el cuello, el pecho y las manos hasta llegar goteando al
suelo, tiñendo la arena, los mosaicos de sangre fresca inocente.
Gruesos coágulos esparcidos señalaron la ruta del desprecio
humano, la vía del sacrificio, el camino al Gólgota de la blanca
ciudad, donde el odio ancestral, donde el racismo heredado retornó
floreciente después de 516 años de invasión y de conquista.

El film revela rostros con ojos turbios de angustia; en ellos se
descubre el temor y el miedo reconcentrado. Sobrecoge el testimonio en
quechua bien traducido, lo interrumpe el llanto que acude a esos ojos
rasgados de varones indígenas, de mujeres originarias; en algunos
relatos impresiona cómo en vez de lágrimas les brota inmensa la
dignidad campesina. Con voz quebrada reclaman las víctimas como
niños sorprendidos renovando sus pesares, dicen que con mentiras los
llevaron a la plaza, que si no iban recibirían castigo; no
comprendieron jamás la causa de la tortura ejercida sobre sus cuerpos
magros de hambre, de tanto trabajar la tierra.

Fue filmado el sufrimiento derramado en las mejillas, en los músculos
faciales que en lugar de sonreír, caían flácidos en rictus de
dolor, de pánico.

Sangre desperdigada en coágulos anunciadores de muerte. Sangre de la
Bolivia humilde siempre al servicio de blancoides de sangre azul de
tanto cargar blasones. Sangre fuera del continente humano de delicados
telares. Sangre enojada de sufrir por siglos el odio de victimarios.

En el bando opuesto de victimarios, también sangre privilegiada,
congestionada de odio acompañada de insultos y de amenazas. Sangre en
la cara cubierta de estudiantes pandilleros de la universidad Mayor,
Real y Pontificia.

Ya en la plaza, formando fila los indígenas desnudos y arrodillados,
en ellos la indignidad, la humillación, la soledad y la ofensa. Con
labios secos balbucean y farfullan consignas contrarias a su libertad.
¡Muera el MAS! ¡Evo asesino!, repiten con amargura y obedientes
besan el suelo en la esquina de la plaza y de la historia, otros queman
su wipala multicolor. La Casa de la Libertad les observa indiferente, ni
una voz en su defensa, ni una nota de respeto, ningún perdón ni
disculpa ni gesto amigo protector. El frontis donde nació la
república para los criollos y los mestizos, es un espacio totalmente
ajeno a su historia. Al descubrir en el film su clásica arquitectura
repaso el otro episodio de asco, Tupac Katari muriendo, estallado en
pedazos, desmembrado, pero con sangre profética de retornar
convertido en millones. En el evento actual no se llegó al
descuartizamiento, no salieron las extremidades rotas a los cuatro
vientos, pero sí el alma en jirones en una exhalación tan cruel
como aquella de horror de la antigüedad colonial.

Al llegar a la cumbre del suceso, satisfechos entonan victoriosos el
himno los victimarios. La película no permite ver el rostro porque
una máscara de improvisado pañuelo solo permitió la
filmación de unos ojos de exoftalmia, de unas venas ingurgitadas de
furor racista en las sienes. Qué mensaje brutal nos presenta César
Brie.

Ante la evidencia, la pregunta necesaria: ¿Quienes son los que
activaron y ejercitaron tal humillación y tortura? Me interrogo
persistente pleno de indignación y de rabia. No pude controlar la
emoción al veros sufrir hermanos de sangre india. Fue preciso evocar
con ternura a mis mayores, respetables, de trenza y pollera, de chumpi y
de hojotas, laborando en los cerros de Palca y Caluyo, en el valle de
Chimboco próximo al río Mailanco y en la dulce pradera de
Huayllani. Vuelve la imagen de la abuela patrona doña Juliana
Solíz con sus trenzas renegridas. Evoco al padre en su infancia
quechua parlante, al abuelo corregidor y a los hermanos indígenas de
Larati, incansables caminantes. De pronto retorno a la infancia, bien
cuidado y protegido, montado en acémilas mansas, soñando un mundo
de bondad y de justicia. ¡Qué lejos estaba entonces de comprender
el pongueaje, la servidumbre, el racismo del entorno y de mi patria!

GASTÓN CORNEJO BASCOPÉ

SENADOR DEL MOVIMIENTO AL SOCIALISMO
3 DE OCTUBRE 2008

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